El crecimiento de La Dolce

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De kiosquero a fabricante de golosinas: la historia de Rubén López, dueño de la distribuidora mayorista La Dolce.

Cómo el dueño de Billiken, Yummy y Vauquita pasó de tener un pequeño local a ser uno de los mayores distribuidores de golosinas del país.


La historia de Rubén López con las golosinas empieza en 1982 y prácticamente de casualidad. Ese año, tras 16 meses en la colimba, se encontraba trabajando de taximetrero con el taxi de su papá mientras estudiaba Ingeniería Mecánica en la UTN cuando la chance se presentó. “En septiembre salió la oportunidad de comprar un kiosco en Monroe casi Triunvirato. Era chiquito, de un metro de ancho por diez. Y mi viejo me dijo ‘comprate el kiosco porque en el taxi no podés estudiar’”, comenzó contando quien se transformó en uno de los principales fabricantes y mayoristas del país con una cartera de marcas propias que incluye nombres emblemáticos como Yummy, Vauquita, DRF o Billiken a Rubén Suárez en Radio con Vos.

Y así, sin otra intención que costear su carrera universitaria fue que entró en ese mundo de los dulces. “Compré el kiosco y, como vivíamos en Ciudadela, dormía e iba a la facultad desde ahí. Mi vida pasó por el kiosco durante mucho tiempo”, relató en una sección del programa radial Poné Noticias dedicada a conocer la historia de emprendedores. Pero lo que empezó como un trabajo para ganar unos pesos mientras estudiaba se transformó unos pocos años después en una profesión. “Mi hermana era arquitecta y mi cuñado ingeniero mecánico. Un día empezamos a hablar de plata y yo en el kiosco de Villa Urquiza ganaba más que ella. Entonces ahí empecé a averiguar y me entero lo que ganaba un cirujano. Y pensaba: ‘¿cómo un cirujano que te salva la vida ganas menos que yo?’ Y lo mío de ahí en más fue todo comercio y en 4to año dejé la facultad”.

Los kioscos en esas épocas eran muy diferentes a los actuales. Tiempos en los que las pilas, los cigarrillos y las fichas de teléfono eran furor: “Nosotros para ahorrar plata comprábamos fichas telefónicas de Entel que venían de 500. En esa época no conocíamos lo que era un dólar. Yo vendí el fondo de comercio del kiosco, porque después me compré uno más grande, en fichas de teléfono”, contó el empresario, quien aseguró que “el kiosquero y el mayorista de golosinas es un tipo muy golpeado desde el ‘85 a esta parte porque le fueron sacando negocios. Le sacaron pirotecnia, los analgésicos, después le sacaron el cospel y le fueron sacando margen en lo que marcaban con el cigarrillo”.

¿Cuándo dio el paso de kiosquero a mayorista? Yo salía a comprar las golosinas y los varios. Iba a un mayorista y compraba la golosina y la marcaba con 60 puntos en esa época, recordó.

Hasta que un día vinieron tres kiosqueros del barrio y me dijeron "flaco me estás fundiendo, porque vos vendés esta mercadería a $160 y a nosotros nos sale $170. Y ahí me di cuenta. De ahí en más con mi camioneta toda podrida empecé a vender mercadería a los otros mayoristas y después vendí el kiosco y seguí revendiendo".


Así fue creciendo el negocio hasta que un día, también de casualidad, como cuenta él, le llegó otra oportunidad única para expandirse en la industria. 

Vauquita estaba cerrada, quebrada, hacia como 10 años. De casualidad nos enteramos que el juzgado la quería vender. Fuimos a hablar con el Síndico y me dice ‘mire, si ustedes me dan 44 mil pesos yo puedo reabrir la fábrica’.

Le dimos los 44 mil pesos y la reabrieron en Trenque Lauquen, que tenía 10 empleados. Hoy tiene 50. Y después salió a remate y el juez me dio la opción de igualar la mejor oferta. Entonces la compramos, la abrimos y nos encontramos que la marca era recordada y cada vez vendíamos más.

Según explicó López, estos buenos resultados también se justifican porque en la época de las presidencias de Carlos Menem “quedó un vacío de fábricas en la Argentina. Entonces cualquier fábrica, mismo hoy, que quiera emprender tiene muchas posibilidades. Hoy en alimento, golosina, hay dos o tres empresas que manejan el 80% del mercado. Yo siempre digo lo mismo: hay empresas pobres y dueños millonarios. Si vos tenés una empresa que si gana 100, dejás 99 y reinvertís, en la Argentina hay muchas posibilidades”.

Después de ese salto llegaron más empresas, como la de chocolates Lacasa que se iba del país. “Tenía dos fábricas, una de chocolates y otra de azúcares. Compramos la de azúcar con 39 empleados y hoy hay más de 200. Y después nos vino otra empresa más que estaba en Las Heras, la vieja DRF, que estaban por cerrarla. Tenía 120 trabajadores y hoy, en cuatro años, estamos en 300”, contó el fabricante de golosinas a Rubén Suárez, y enseguida agregó: “Estamos haciendo un galpón nuevo porque se nos prendió fuego, fue muy duro. El 16 de marzo de 2020, dos días antes de empezar la pandemia, se incendia el 80% de la fábrica sin seguro. No despedimos a nadie, los trabajadores aceptaron el 70% de su sueldo sin trabajar. Después el gobierno nos ayudó, nos dio el 30% de los sueldos. Ahora estamos haciendo un galpón de 9000 metros y acaban de llegar dos líneas muy grandes que son como 100 trabajadores más, todo para golosinas”.


Propietario de marcas emblemáticas como Vauquita, Yummy, DRF y Billiken, exsocio de Georgalos y dueño La Dolce, el principal mayorista del rubro, el empresario dejó un consejo para los emprendedores que pasaron la pandemia y les cuesta el día a día: “Para ser un buen comerciante hay que ser un buen comprador. El kiosquero se tiene que dar cuenta que las grandes empresas le ponen muchas flores a la situación y márgenes muy chicos. Entonces, para ser un buen comerciante en lo que sea también hay que ser un muy buen comprador en materia prima o un kiosquero de sus productos. Todos los productos tienen competencia, hay un montón. Y cuanto más barato comprás, más barato vendés, más facturás y más ganas. Entonces hay una relación. No es aumentar por aumentar. Hoy está la opción de poner dos alfajores por tanto, tres gomitas por tanto. Entonces al consumidor de golpe lo tentás y vos facturás más. El mensaje es que sea un muy buen comprador de los productos que va a vender”.

Con casi 40 años en la industria, Rubén López conoce como pocos el mundo de las golosinas y logra adaptarse a cada cambio que las épocas van marcando. La increíble historia de una persona que, en la búsqueda de superación constante, aprovechó cada oportunidad que se le presentó para pasar de tener un pequeño local en Villa Urquiza a que hoy sus productos se vendan en cada kiosco del país y ocupen un lugar en el corazón de los argentinos.

Por Baires Notas

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